La clave es el odio. Y el amor.


Competitividad frente a Solidaridad. Necesito posicionarme.

Exijo la aplicación de la misma ley que amordaza, desde hace demasiado tiempo, a muchos ciudadanos. Exijo que las autoridades del Poder judicial intervengan en la prevención y superación del virus más letal que corroe nuestra sociedad, a nuestra España. O, para no hacerme eco de ninguna palabra que no me corresponde, de mi España.

Se ha tomado el Congreso. Los Diputados han tomado el Congreso, una pequeña representación de los Diputados. Por puro pragmatismo, ante la emergencia sanitaria se podía y se debía esperar unas intervenciones, desde esa tribuna privilegiada, encaminadas a la solución del problema del Covid; del sanitario, para empezar, y del social –incluyendo lo económico como una parte, sólo una parte, de lo social-. Pero algunos,  –Pablo Abascal, Santiago Casado-, únicamente han hablado de odio. Únicamente han malgastado su tiempo, y desperdiciado el mío, alentando el odio; aprovechando la situación de una ciudadanía secuestrada, por responsabilidad moral y por obligación legal, ávida de propuestas constructivas. Entre el decálogo de Pablo, me ha parecido entender que se me ha fijado un precio, que me ha alentado a prostituirme con una compensación económica por mis sacrificios.

Compra mi voluntad. Quizás ni siquiera imagina que tendré la voluntad de decir no. Como buen ejemplo de una ideología liberal, todo lo cuantifica, y exige que el gobierno y el Estado, le subvencione sus vicios. ¡Y que baje los impuestos! La prostitución, el consumo de la prostitución, es un vicio. El proxeneta es un delincuente.

El delito del que acuso es el de alentar al odio. Se desentienden de las medidas necesarias para evitar muertes, para paliar el dolor de los que sobreviven a sus muertos, y nos enzarzan en unas disputas premeditadas y viejas, eternas, dicen otros, apelando a una supuesta concepción científica de lo humano como la demostración individual de la presunta indignidad de la esencia humana. Frente a esa concepción, los individuos, al margen de la clase política, dejados a la fuerza en paz por la clase política, hemos demostrado dignidad, unidad y solidaridad. Eso es el hecho.

Siento tener que recitar alguna idea, porque puede parecer un alineamiento mayor del que estoy dispuesto a reconocer. Pero es la idea fundamental de todas mis reflexiones: algún día nos podremos preguntar, ¿Qué hice para atajar el dolor que causó el Covid? ¿Trabajé para superar el dolor? ¿Trabajé para generar responsabilidad y proponer los medios para combatir y para vencer con el menor número de víctimas, mortales y agónicas? ¿O me dediqué a maquinar estrategias para utilizar el dolor de los muertos, y el de los vivos, en mi propio beneficio y por la hegemonía ideológica y partidista?

Me desdigo de una parte esencial de este comentario: por lo que a mí respecta, el delito de incitación al odio ha sido consumado, ya no es sólo tentativa. ¡Odio! Muy a mi pesar, odio. Sin embargo soy un hombre. Pero no quiero ser un hombre. No soy dinamita, pero quisiera ser dinamita. (Algunos saben que aquí estoy recordando a Nietzsche).Aunque reconozco que algo de amor humano aún me queda.

Y espero que alguien siga mi provocación, y me compense, que compense mi pathos. Que me aniquile, si es preciso, para que triunfe el amor. (Algunos saben que termino recordando a Antígona: he nacido para alcanzar el amor, no el odio).

Pero son los políticos los que me quieren determinar, y me incitan a querer ser lo que no soy.

¡Delito consumado! Que aquellos a quienes corresponde aplicar la ley persigan el delito. Su delito y mi delito.

NOTA: después de la intervención de Casado y Abascal he visto algunas intervenciones excelentes.

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